lunes, 7 de agosto de 2017

El bautismo de los niños, por Pedro Trevijano

El bautismo es uno de los siete sacramentos de la Iglesia, que lo practica desde sus orígenes. El mismo día de Pentecostés, Pedro insiste en la necesidad de bautizarse “en el nombre de Jesús, el Mesías, para perdón de vuestros pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo” (Hch 2,38).

Como es lógico, en la primitiva Iglesia eran los adultos los destinatarios de la predicación de los apóstoles y predicadores cristianos, y eran ellos los que recibían el bautismo. Al bautismo debía preceder la fe, siendo para creer necesaria la conversión, es decir el cambio de mentalidad que lleva consigo un cambio de conducta, tal como ya exigía San Juan Bautista: “El Reino de Dios está cerca, convertíos y creed en la Buena Nueva” (Mc 1,15).

Esta conversión significa un dejarse llenar de Cristo, es decir, un dejarse iluminar por la fe en la manera de pensar, querer y reaccionar, con un proceso que normalmente requiere tiempo. Así lo comprendió la Iglesia primitiva, que estableció el catecumenado, período de instrucción y sobre todo espacio de tiempo que permitía la maduración en la fe.

Se sabe que ya en la Iglesia del Nuevo Testamento y en la del siglo II se practicó en algunos casos el bautismo de los niños. Pero fue en los siglos IV y V cuando empezó a decaer la institución del catecumenado, porque el bautizar a los niños empezó a ser lo normal. Lo que había sido una Iglesia en la que se entraba libre y conscientemente, se había convertido en la Iglesia en la que uno venía al mundo.

Hoy lo más corriente es que el bautismo sea administrado a niños que todavía no han alcanzado el uso de la razón. Pero muchos se preguntan si hay que bautizar a los niños o conviene que ellos tengan edad para decidir.

La responsabilidad moral de bautizar o no a los niños corresponde a los padres. En efecto, a ellos pertenece “el derecho a determinar la forma de educación religiosa que se ha de dar a sus hijos, de acuerdo con su propia convicción religiosa” (Concilio Vaticano II, declaración Dignitatis Humanae, nº 5).

Si los padres piensan que tener fe es algo bueno, es indudable que tienen el deber de transmitírsela a sus hijos, quienes en el bautismo reciben la fe en conexión con sus mayores, incorporándose así a la Iglesia de Cristo, del mismo modo que reciben una serie de bienes y son colocados en unas circunstancias que los niños no han elegido.

En cambio si los padres no tienen fe, si piensan que la fe es algo inútil o perjudicial, está claro que no tienen por qué transmitir la fe a sus hijos, o proceder a su bautizo, e incluso casarse por la Iglesia, y por ello la Iglesia considera nulo el matrimonio realizado sin intención de bautizar a los hijos.

Los padres creyentes contraen el compromiso y tienen por tanto la obligación de bautizar y educar en la fe a sus hijos porque tienen la doble responsabilidad de:

a) colocar a sus hijos en las condiciones que mejor posibiliten su desarrollo personal;
b) ir iniciándoles progresivamente en el uso de la libertad para que puedan ir decidiendo por sí mismos sobre su propio destino en la vida.

Para actuar así tienen dos motivos:

1) porque piensan que tener fe es bueno y no deben por tanto privar de ella a sus hijos;
2) por respeto a la libertad religiosa de sus hijos.

Con respecto a los niños que mueren sin bautizar el Catecismo de la Iglesia nos dice:

“1261. En cuanto a los niños muertos sin bautismo, la Iglesia sólo puede confiarlos a la misericordia divina, como hace en el rito de las exequias por ellos. En efecto, la gran misericordia de Dios, que quiere que todos los hombres se salven (cf 1 Tm 2,4) y la ternura de Jesús con los niños, que le hizo decir: "Dejad que los niños se acerquen a mí, no se lo impidáis" (Mc 10,14), nos permiten confiar en que haya un camino de salvación para los niños que mueren sin bautismo. Por esto es más apremiante aún la llamada de la Iglesia a no impedir que los niños pequeños vengan a Cristo por el don del santo bautismo”.

“1283. En cuanto a los niños muertos sin bautismo, la liturgia de la Iglesia nos invita a tener confianza en la misericordia divina y a orar por su salvación”.

"Si somos fieles a nuestro Bautismo, difundiremos la luz de la esperanza", por el papa Francisco (Catequesis bautismal)

Oriente y Occidente

Existió un tiempo en el cual las iglesias estaban orientadas hacia el este. Se entraba en el edificio sagrado por una puerta abierta hacia occidente y, caminando en la nave, se dirigía hacia oriente. Era un símbolo importante para el hombre antiguo, una alegoría que en el curso de la historia ha progresivamente decaído.

Nosotros, hombres de la época moderna, mucho menos acostumbrados a acoger los grandes signos del cosmos, casi nunca nos damos cuenta de un detalle particular de este tipo. El occidente es el punto cardinal del ocaso, donde muere la luz. El oriente, en cambio, es el lugar donde las tinieblas son vencidas por la primera luz de la aurora y nos recuerda a Cristo, Sol surgido de lo alto al horizonte del mundo (Cfr. Lc 1,78).

Los antiguos ritos del Bautismo proveían que los catecúmenos emitieran la primera parte de su profesión de fe teniendo la mirada dirigida hacia occidente. Y en esa posición eran interrogados: «¿Renuncian a Satanás, a su servicio y a sus obras?» – Y los futuros cristianos repetían en coro: «¡Renuncio!». Luego se giraban hacia el ábside, en dirección de oriente, donde nace la luz, y los candidatos al Bautismo eran nuevamente interrogados: «¿Creen en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo?». Y esta vez respondían: «¡Creo!».

En los tiempos modernos se ha parcialmente perdido el encanto de este rito: hemos perdido la sensibilidad del lenguaje del cosmos. Nos ha quedado naturalmente la profesión de fe, hecha según la interrogación bautismal, que es propio de la celebración de algunos sacramentos. Esta permanece de todos modos intacta en su significado.

¿Qué cosa quiere decir ser cristianos? 

Quiere decir mirar a la luz, continuar a hacer la profesión de fe en la luz, incluso cuando el mundo está envuelto por la noche y las tinieblas.

Los cristianos no están eximidos de las tinieblas, externas y también internas. No viven fuera del mundo, pero, por la gracia de Cristo recibido en el Bautismo, son hombres y mujeres «orientados»: no creen en la oscuridad, sino en el resplandecer del día; no sucumben en la noche, sino esperan la aurora; no son derrotados por la muerte, sino anhelan el resucitar; no son doblegados por el mal, porque confían siempre en las infinitas posibilidades del bien. Y esta es nuestra esperanza cristiana. La luz de Jesús, la salvación que nos trae Jesús con su luz y nos salva de las tinieblas.

¡Nosotros somos aquellos que creen que Dios es Padre: esta es la luz! No somos huérfanos, tenemos un Padre y nuestro Padre es Dios. ¡Creemos que Jesús ha venido en medio de nosotros, ha caminado en nuestra misma vida, haciéndose compañero sobre todo de los más pobres y frágiles: esta es la luz!

¡Creemos que el Espíritu Santo obra sin descanso por el bien de la humanidad y del mundo, e incluso los dolores más grandes de la historia serán superados: esta es la esperanza que nos vuelve a despertar cada mañana! ¡Creemos que todo afecto, toda amistad, todo buen deseo, todo amor, incluso aquellos más pequeños y descuidados, un día encontraran su cumplimiento en Dios: esta es la fuerza que nos impulsa a abrazar con entusiasmo nuestra vida todos los días! Y esta es nuestra esperanza: vivir en la esperanza y vivir en la luz, en la luz de Dios Padre, en la luz de Jesús Salvador, en la luz del Espíritu Santo que nos impulsa a ir adelante en la vida.

Vela

Luego hay otro signo muy bello de la liturgia bautismal que nos recuerda la importancia de la luz. Al final del rito, a los padres – si es un niño – o al mismo bautizado – si es un adulto – se le entrega una vela, cuya llama es encendida del cirio pascual. Se trata del gran cirio que en la noche de Pascua entra en la iglesia completamente oscura, para manifestar el misterio de la Resurrección de Jesús; de este cirio todos encienden la propia vela y transmiten la llama a los vecinos: en este signo esta la lenta propagación de la Resurrección de Jesús en la vida de todos los cristianos. La vida de la Iglesia – diré una palabra un poco fuerte – la vida de la Iglesia es contaminación de luz. Cuanta luz de Jesús tenemos nosotros los cristianos, cuanta más luz existe en la vida de la Iglesia más es viva la Iglesia. La vida de la Iglesia es contaminación de luz.

¿Cuál es la fecha de mi bautismo?

La exhortación más bella que podemos dirigirnos recíprocamente es aquella de recordarnos siempre de nuestro Bautismo. Yo quisiera preguntarles: ¿Cuántos de ustedes se recuerdan la fecha de su Bautismo? No respondan porque alguien se avergonzará. Piensen. Yo no lo recuerdo. Bien, hoy tienen una tarea para la casa, ir donde la mamá, al papá, a la tía, al tío, a la abuela, al abuelo y preguntarle: ¿Cuál es la fecha de mi bautismo? Y no olvidarlo nunca. ¿Está claro? ¿Lo harán? Hoy aprenderán a recordar la fecha del Bautismo, que es la fecha del renacer, es la fecha de la luz, es la fecha en la cual – me permito una palabra – en la cual hemos sido contaminados por la luz de Cristo. Una tarea para la casa, recordar cual es la fecha del Bautismo. ¿Claro? Bien.

Nosotros hemos nacido dos veces: la primera a la vida natural, la segunda, gracias al encuentro con Cristo, en la fuente bautismal. Ahí hemos muerto a la muerte, para vivir como hijos de Dios en este mundo. Ahí nos hemos convertido en humanos como jamás lo habríamos imaginado. Es por esto que todos debemos difundir el perfume del Crisma, con el cual hemos sido marcados en el día de nuestro Bautismo. En nosotros vive y opera el Espíritu de Jesús, primogénito de muchos hermanos, de todos aquellos que se oponen a la inevitabilidad de las tinieblas y de la muerte.

Cristoforo

¡Qué gracia cuando un cristiano se hace verdaderamente un «cristóforo», ¿qué quiere decir cristóforo? Quiere decir, «portador de Jesús» al mundo! Sobre todo para aquellos que están atravesando situaciones de luto, de desesperación, de oscuridad y de odio. Y esto se comprende de tantos pequeños detalles: de la luz que un cristiano custodia en los ojos, de la serenidad que no es quebrada ni siquiera en los días más complicados, del deseo de recomenzar a querer bien y caminar incluso cuando se han experimentado muchas desilusiones. En el futuro, cuando se escribirá la historia de nuestros días, ¿Qué se dirá de nosotros? ¿Qué hemos sido capaces de la esperanza, o quizás qué hemos puesto nuestra luz debajo del celemín? Si somos fieles a nuestro Bautismo, difundiremos la luz de la esperanza, el Bautismo es el inicio de la esperanza, esa esperanza de Dios y podremos transmitir a la generaciones futuras razones de vida. Y para no olvidarme yo cual es la tarea para la casa, díganlo ustedes. ¡No escucho, recordar la fecha del propio Bautismo!