miércoles, 21 de octubre de 2015

Nuestro sacerdocio bautismal, por el P. Javier Sánchez Martínez

Los nuevos hijos de la Iglesia reciben por las aguas bautismales y la unción con santo Crisma una impronta, un estatuto nuevo: ya son profetas, sacerdotes y reyes. Esto marca la vida cristiana señalándole un tono muy concreto para vivir en el mundo.

¿Pero cómo se es sacerdote por el bautismo? ¿Qué da, qué significa, qué conlleva, que todos somos sacerdotes por nuestro bautismo? ¿Cuál es este "sacerdocio común", que así se llama?

Vayamos a la doctrina de la Constitución Lumen Gentium, del Concilio Vaticano II:

"Cristo Señor, Pontífice tomado de entre los hombres (cf. Hb 5,1-5), de su nuevo pueblo «hizo... un reino y sacerdotes para Dios, su Padre» (Ap 1,6; cf. 5,9-10). Los bautizados, en efecto, son consagrados por la regeneración y la unción del Espíritu Santo como casa espiritual y sacerdocio santo, para que, por medio de toda obra del hombre cristiano, ofrezcan sacrificios espirituales y anuncien el poder de Aquel que los llamó de las tinieblas a su admirable luz (cf. 1 P 2,4-10). Por ello todos los discípulos de Cristo, perseverando en la oración y alabando juntos a Dios (cf. Hch 2,42-47), ofrézcanse a sí mismos como hostia viva, santa y grata a Dios (cf. Rm 12,1) y den testimonio por doquiera de Cristo, y a quienes lo pidan, den también razón de la esperanza de la vida eterna que hay en ellos (cf. 1 P 3,15)" (LG 10).

Concentra muy bien los puntos de vida del sacerdocio bautismal:

- se ejerce por medio de las obras santas de la vida
- ofrecen sacrificios espirituales (todo se ofrece a Dios: trabajo, alegrías, pequeñas mortificaciones, el ejercicio de la paciencia o de la fortaleza o de la templanza...)
- anuncien a Cristo, como evangelizadores en su familia, en sus ámbitos laborales o de amistad, en el mundo
- se vive mediante la oración personal y litúrgica
- se ofrecen a Dios por completo
- dan testimonio de vida
- y dan razón de su propia esperanza, de su fe (la razonabilidad de la fe).

A veces se han creado intencionadamente confusiones; todos somos sacerdotes por el bautismo, sí, pero el sacerdocio bautismal no es igual que el sacerdocio ministerial (de los presbíteros), ni éste es una delegación de los fieles. Sigue la Const. Lumen Gentium:

"El sacerdocio común de los fieles y el sacerdocio ministerial o jerárquico, aunque diferentes esencialmente y no sólo en grado, se ordenan, sin embargo, el uno al otro, pues ambos participan a su manera del único sacerdocio de Cristo [16]. El sacerdocio ministerial, por la potestad sagrada de que goza, forma y dirige el pueblo sacerdotal, confecciona el sacrificio eucarístico en la persona de Cristo y lo ofrece en nombre de todo el pueblo a Dios. Los fieles, en cambio, en virtud de su sacerdocio regio, concurren a la ofrenda de la Eucaristía [17] y lo ejercen en la recepción de los sacramentos, en la oración y acción de gracias, mediante el testimonio de una vida santa, en la abnegación y caridad operante" (LG 10).

Somos sacerdotes por el bautismo en medio del mundo: consagrados a Dios, es misión de todo bautizado orar personal y comunitariamente en la liturgia para santificarlo todo y es misión la de ofrecer a Dios todos y cada uno de nuestros actos para su gloria y para el bien de los hombres.

El santo crisma, recibido en la Confirmación, nos consagra para Dios y para el ejercicio de un culto santo. Somos sacerdotes de nuestra propia existencia para un culto verdadero, en espíritu y verdad, una liturgia viva, "existencial".

Orígenes, en el siglo III, lo desgranaba hermosamente:

"Cada uno de nosotros tiene en sí un holocausto y enciende en sí mismo el altar de su holocausto, para que continúe siempre ardiendo. Cuando renuncio a todo lo que poseo, y tomo mi cruz y sigo a Cristo, he ofrecido un holocausto en el altar de Dios. Cuando poseo el amor y doy mi cuerpo a las llamas y alcanzo la gloria del martirio, me he ofrecido a mí mismo como holocausto en el altar de Dios. Cuando amo a mis hermanos hasta dar la vida por ellos, cuando combato hasta el fin por la justicia, por la verdad, he ofrecido un holocausto en el altar de Dios. Cuando con la mortificación de mis miembros me mantengo libre de cualquier concupiscencia de la carne, cuando el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo, he ofrecido un holocausto en el altar y me convierto a mí mismo en sacerdote de mi ofrenda" (In Lev. hom., 9,9).

Es una hermosa catequesis y profundamente realista: nos enseña a vivir como sacerdotes en medio del mundo.

Fuente: religionenlibertad.com
P. Javier Sánchez Martínez, diócesis de Córdoba, España.

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